Autor: wi720151
Santidad en lo cotidiano…
«Un gran don del Concilio Vaticano II ha sido el de haber recuperado una visión de Iglesia fundada en la comunión, y de hacer entendido de nuevo también el principio de la autoridad y de la jerarquía en esta perspectiva. Este nos ha ayudado a entender mejor que todos los cristianos, en cuanto bautizados, tienen igual dignidad delante del Señor y están unidos por la misma vocación, que es la de la santidad.
Ahora nos preguntamos:
¿en qué consiste esta vocación universal a ser santos?
¿Y cómo podemos realizarla?
En primer lugar debemos tener muy presente que la santidad no es algo que conseguimos nosotros, que obtenemos nosotros con nuestras cualidades y nuestras capacidades. La santidad es un don, es el don que nos hace el Señor Jesús, cuando nos toma consigo y nos reviste de sí mismo, nos hace como Él. En la Carta a los Efesios, el apóstol Pablo afirma que «Cristo ha amado a la Iglesia y se ha dado a sí mismo por ella, para hacerla santa». Así es, realmente la santidad es el rostro más bello de la Iglesia, el rostro más bello: es descubrirse de nuevo en comunión con Dios, en la plenitud de su vida y de su amor. Se entiende, por tanto, que la santidad no es una prerrogativa solamente de algunos: la santidad es un don que es ofrecido a todos, ningún excluido, por lo que constituye el carácter distintivo de cada cristiano.
Todo esto nos hace comprender que, para ser santos, no es necesario por fuerza ser obispo, sacerdote o religioso… No ¡Todos estamos llamados a ser santos! Muchas veces, antes o después, estamos tentados a pensar que la santidad está reservada solamente a los que tienen la posibilidad de despegarse de los quehaceres diarios, para dedicarse exclusivamente a la oración. ¡Pero no es así! Alguno piensa que la santidad es cerrar ojos, poner cara de estampita, así. No, no es esa la santidad. La santidad es algo más grande, más profundo que nos da Dios.
Es más, es precisamente viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio cristiano en las ocupaciones de cada día que estamos llamados a ser santos. Y cada uno en las condiciones y en el estado de vida en el que se encuentra. ¿Eres consagrado, consagrada? Sé santo viviendo con alegría tu donación y tu ministerio. ¿Estás casado? Sé santo amando y cuidando a tu marido o a tu mujer, como Cristo ha hecho con su Iglesia. ¿Eres un bautizado no casado? Sé santo cumpliendo con honestidad y competencia tu trabajo ofreciendo tiempo al servicio de los hermanos ‘Pero padre, yo trabajo en una fábrica, yo trabajo como contable, siempre con los números, allí no se puede ser santo’. ¡Sí, se puede! Allí donde trabajas, puedes ser santo. Dios te da la gracia para ser santo Dios se comunica contigo, siempre, en cualquier lugar se puede ser santo. Abrirse a esta gracia que trabaja dentro y nos lleva a la santidad. ¿Eres padre o abuelo? Sé santo enseñando con pasión a los hijos y a los nietos a conocer y a seguir a Jesús. Y es necesaria mucha paciencia para esto, para ser buen padre, o un buen abuelo, una buena madre, una buena abuela, es necesaria mucha paciencia. Y en esta paciencia viene la santidad, ejercitando la paciencia. ¿Eres catequista, educador o voluntario? Sé santo convirtiéndote en signo visible del amor de Dios y de su presencia junto a nosotros. Así es: cada estado de vida lleva a la santidad, siempre. En tu casa, en la calle, en el trabajo, en la Iglesia, en ese momento, en el estado de vida que tienes se ha abierto el camino a la santidad. No os desaniméis de ir sobre este camino, es precisamente Dios quien te da la gracia. Y lo único que pide el Señor es que estemos en comunión con Él y al servicio de los hermanos
En este punto, cada uno de nosotros puede hacer un poco examen de conciencia. Y ahora podemos hacerlo, cada uno se responde así mismo, dentro, en silencio.
¿Cómo hemos respondido hasta ahora a la llamada del Señor a la santidad?
¿Tengo ganas de hacerme un poco mejor, de ser más cristiano, más cristiana?
Este es el camino a la santidad. Cuando el Señor nos invita a ser santos, no nos llama a algo pesado, triste. ¡Todo lo contrario! ¡Es la invitación a compartir su alegría, a vivir y a ofrecer con alegría cada momento de nuestra vida, haciéndolo convertirse al mismo tiempo en un don de amor por las personas que están cerca de nosotros. Si comprendemos esto, todo cambia y adquiere un significado nuevo, un significado hermoso, comenzando por las pequeñas cosas de cada día.
Un ejemplo: una señora va al mercado a hacer la compra y encuentra a una vecina y empiezan a hablar y después llegan los chismorreos. Y esta señora dice, no, yo no hablaré mal de nadie. Esto es un paso a la santidad, esto te ayuda a ser más santo. Después en tu casa, el hijo te pide hablar un poco de sus cosas fantasiosas, ‘estoy cansado, he trabajado mucho hoy’. Pero tú, acomódate y escucha tu hijo, que lo necesita, te pones cómodo, le escuchas con paciencia. Esto es un paso a la santidad.
Después termina el día, estamos todos cansados, pero la oración, hacemos la oración. Eso es un paso a la santidad. Después llega el domingo, vamos a misa a tomar la comunión, a veces una cuando una confesión que nos limpie un poco. Y después la Virgen, tan buena, tan hermosa, tomo el rosario y la rezo. Esto es un paso a la santidad. Y tantos pasos a la santidad, pequeños. Después voy por la calle veo un pobre, un necesitado, me paro y le pregunto algo. Es un paso a la santidad. Pequeñas cosas. Son pequeños pasos hacia la santidad. Cada paso a la santidad nos hará personas mejores, libras del egoísmo y de la clausura en sí mismos, y abiertos a los hermanos y a sus necesidades.
Queridos amigos, en la Primera Lectura de san Pedro se nos dirige esta exhortación: «Cada uno viva según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los otros, como buenos administradores de una multiforme gracia de Dios. Quien habla, lo haga como con palabras de Dios; quien ejercita un oficio, lo haga con la energía recibida de Dios, para que en todo sea glorificado Dios por medio de Jesucristo».
¡Es esta la invitación a la santidad! Acojámosla con alegría, y apoyémonos los unos a los otros, porque el camino hacia la santidad no se recorre solos, cada uno por su cuenta no puede hacerlo, sino que se recorre juntos, en ese único cuerpo que es la Iglesia, amada y hecha santa por el Señor Jesús.
Vamos adelante con valentía en este camino de la santidad».
Texto de una Homilía del Papa Francisco
Fuente: Espiritualidad Cotidiana
http://espiritualidad-cotidiana.blogspot.com.ar/
VIAJE APOSTÓLICO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A CUBA, A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA Y VISITA A LA SEDE DE LA ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS con motivo de su participación en el VIII Encuentro Mundial de las Familias en Filadelfia
(19-28 DE SEPTIEMBRE DE 2015)
Transmisiones en directo del CTV (Centro Televisivo Vaticano)
- Misal para el Viaje apostólico
- Videomensaje al pueblo de Cuba
- Galería fotográfica
- Multimedia
Sábado 19 de septiembre de 2015
10.15 | Salida del aeropuerto de Roma/Fiumicino hacia La Habana | |
16.00 | Llegada al aeropuerto internacional José Martí de La Habana | |
16.05 | Ceremonia de bienvenida en el aeropuerto internacional de La Habana |
Domingo 20 de septiembre de 2015
9.00 | Santa Misa en la Plaza de la Revolución de La Habana | |
Ángelus | ||
16.00 | Visita de cortesía al Presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros de la República en el Palacio de la Revolución de La Habana | |
17.15 | Celebración de las Vísperas con sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas en la Catedral de La Habana | |
18.30 | Saludo a los jóvenes del Centro Cultural Padre Félix Varela de La Habana |
Lunes 21 de septiembre de 2015
8.00 | Salida en avión de La Habana hacia Holguín | |
9.20 | Llegada al aeropuerto internacional Frank País de Holguín | |
10.30 | Santa Misa en la Plaza de la Revolución de Holguín [Alemán, Árabe, Español, Francés, Inglés, Italiano, Polaco, Portugués] | |
15.45 | Bendición de la ciudad desde la Loma de la Cruz de Holguín | |
16.40 | Salida en avión hacia Santiago | |
17.30 | Llegada al aeropuerto internacional Antonio Maceo de Santiago de Cuba | |
19.00 | Encuentro con los obispos en el Seminario San Basilio Magno de Santiago de Cuba | |
19.45 | Oración a la Virgen de la Caridad, con los obispos y el séquito papal en la Basílica menor del Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, en Santiago de Cuba |
Martes 22 de septiembre 2015
8.00 | Santa Misa en la Basílica menor del Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, en Santiago de Cuba [Alemán, Árabe, Español, Francés, Inglés, Italiano, Polaco, Portugués] | |
11.00 | Encuentro con las familias en la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, en Santiago de Cuba [Alemán, Árabe, Español, Francés, Inglés, Italiano, Polaco, Portugués] | |
Benedición de la ciudad desde el exterior de la Catedral de Santiago de Cuba | ||
12.15 | Ceremonia de despedida en el aeropuerto | |
12.30 | Salida del aeropuerto de Santiago de Cuba hacia Washington, D.C. | |
16.00 | Llegada a la Andrews Air Force Base de Washington, D.C. | |
Acogida oficial en la Andrews Air Force Base de Washington, D.C. |
Miércoles 23 de septiembre de 2015
9.15 | Ceremonia de bienvenida en el South Lawn de la Casa Blanca [Alemán, Árabe, Español, Francés, Inglés, Italiano, Polaco, Portugués] | |
Visita de cortesía al Presidente de los Estados Unidos de América | ||
11.30 | Encuentro con los obispos de los Estados Unidos de América en la Catedral de San Mateo de Washington, D.C. [Alemán, Árabe, Español, Francés, Inglés, Italiano, Polaco, Portugués] | |
16.15 | Santa Misa y canonización del beato Junípero Serra en el Santuario nacional de la Inmaculada Concepción de Washington, D.C. [Alemán, Árabe, Español, Francés, Inglés, Italiano, Polaco, Portugués] |
Jueves 24 de septiembre de 2015
9.20 | Visita al Congreso de los Estados Unidos de America [Alemán, Árabe, Español, Francés, Inglés, Italiano, Polaco, Portugués] | |
11.15 | Visita al centro caritativo de la parroquia de St Patrick y encuentro con los sintecho de Washington, D.C. [Alemán, Árabe, Español, Francés, Inglés, Italiano, Polaco, Portugués] | |
16.00 | Salida en avión hacia Nueva York | |
17.00 | Llegada al aeropuerto JFK de Nueva York | |
18.45 | Celebración de las Vísperas con el clero, religiosos y religiosas en la Catedral de San Patricio de Nueva York [Alemán, Árabe, Español, Francés, Inglés, Italiano, Polaco, Portugués] |
Viernes 25 de septiembre de 2015
8.30 | Visita a la Sede de la Organización de las Naciones Unidas [Alemán, Árabe, Español, Francés, Inglés, Italiano, Polaco, Portugués] | |
11.30 | Encuentro interreligioso en el memorial del Ground Zero, en Nueva York [Alemán, Árabe, Español, Francés, Inglés, Italiano, Polaco, Portugués] | |
16.00 | Visita a la escuela Nuestra Señora Reina de los Ángeles y encuentro con niños y familias de inmigrantes, en Nueva York (Harlem) | |
18.00 | Santa Misa en el Madison Square Garden de Nueva York [Alemán, Árabe, Español, Francés, Inglés, Italiano, Polaco, Portugués] |
Sábado 26 de septiembre de 2015
8.40 | Salida en avión hacia Filadelfia | |
9.30 | Llegada al aeropuerto internacional de Filadelfia | |
10.30 | Santa Misa con obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas de Pensilvania en la Catedral de San Pedro y San Pablo de Filadelfia [Alemán, Árabe, Español, Francés, Inglés, Italiano, Polaco, Portugués] | |
16.45 | Encuentro para la libertad religiosa con la comunidad hispana y otros inmigrantes en el Independence Mall de Filadelfia [Alemán, Árabe, Español, Francés, Inglés, Italiano, Polaco, Portugués] | |
19.30 | Fiesta de las familias y vigilia de oración en el B. Franklin Parkway de Filadelfia [Alemán, Árabe, Español, Francés, Inglés, Italiano, Polaco, Portugués] |
Domingo 27 de septiembre de 2015
9.15 | Encuentro con los obispos invitados al Encuentro Mundial de las Familias en el Seminario San Carlos Borromeo de Filadelfia [Alemán, Árabe, Español, Francés, Inglés, Italiano, Polaco, Portugués] | |
11.00 | Visita a los presos del Instituto Correccional Curran-Fromhold de Filadelfia [Alemán, Árabe, Español, Francés, Inglés, Italiano, Polaco, Portugués] | |
16.00 | Santa Misa de clausura del VIII Encuentro Mundial de las Familias en el B. Franklin Parkway de Filadelfia [Alemán, Árabe, Español, Francés, Inglés, Italiano, Polaco, Portugués] | |
19.00 | Saludo al Comité organizador, a los voluntarios y benefactores en el aeropuerto internacional de Filadelfia | |
19.45 | Ceremonia de despedida | |
20.00 | Salida en avión de Filadelfia hacia Roma/Ciampino |
Lunes 28 de septiembre de 2015
10.00 | Llegada al aeropuerto de Roma/Ciampino |
Huso horario: Roma: +2h UTC La Habana / Holguín / Santiago: -4h UTC Washington / Nueva York / Filadelfia: -4h UTC
© Copyright – Libreria Editrice Vaticana
Este sábado tenemos muchos motivos para dar gracias!!!
Como familia y como comunidad guadalupana, seguimos celebrando la vida. La consagración para la misión es un don y una vocación común a todo bautizado. Cada cual lo encarna en un estilo de vida particular, en un espacio y un tiempo concretos.
Celebrando el don de la vida consagrada, nos unimos a los Misioneros del Verbo Divino en sus 140º aniversario de fundación. En ese mismo marco celebrativo, damos gracias a Dios por la contribución religiosa y cultural de la Editorial Guadalupe en sus 120º aniversario de vida.
Razones más que suficientes para encontrarnos en torno a la celebración eucarística y compartir nuestra acción de gracias a Dios. Lo haremos este sábado 5 de septiembre a las 19:00 hs en nuestra basílica del Espíritu Santo.
¿PUEDE DIOS HABLAR?
¿Puede Dios escuchar?
¿Podemos nosotros hablar con Dios y escucharlo? ¿Cómo? ¿Con qué medios?
¿Sucedió alguna vez en la historia? ¿Cómo saberlo? ¿Dónde me informo?
En la práctica pastoral hoy, éstas son preguntas que el común de la gente se hace cuando se las invita a ‘escuchar’ o leer la Biblia como Palabra de Dios. En nuestro continente se han hecho buenas experiencias de acercar la Biblia a la gente, de orar con ella, de reflexionar sobre la vida y a partir de la vida. No obstante la insistencia del Concilio Vaticano II de que la Biblia sea Palabra inspiradora y sea incluida en toda tarea pastoral, no siempre se alcanzó este objetivo.
Como Misioneros del Verbo Divino, es decir Misioneros de la Palabra de Dios, nos encontramos involucrados en una tarea para nosotros prioritaria, que es que el pueblo descubra la Biblia como Palabra que quiere salir al encuentro del hombre, cualesquiera sea su realidad actual y en todos los ámbitos en que se desenvuelve, llamándolo a un diálogo como amigo e invitándolo a ser protagonista de la construcción de un mundo mejor, más humano, en el despliegue de su ser transformado por su Amor.
Para muchos, esto puede parecer difícil o imposible, pero se trata de mirar la realidad cotidiana y sentirse interpelado por los hechos y situaciones que vivimos todos, saliendo de los encierros voluntarios que nos aíslan de los demás. A partir de allí, permitir que la Palabra escrita, el texto bíblico, vaya ingresando a la cabeza y al corazón, siempre teniendo en cuenta que es Dios quien habla, e intentando descubrir qué quiere decir hoy a nuestras vidas concretas.
Si nuestro espíritu está abierto y disponible a escuchar la suave voz del Espíritu de Dios, es Él quien nos moverá a dar una respuesta, y el diálogo será posible, o ya habrá comenzado.
P. Pepe Ferreyra SVD
TESTIMONIO DE UNA ESTUDIANTE DE BIBLIA
Tengo 82 años, pasé más de treinta sin poder acercarme a la Biblia y como todos los de mi época que depositaron su confianza en la Virgen y los santos, yo lo hice en el Sagrado Corazón de Jesús y me convertí en Apóstol de la Oración, sin saber durante muchos años bien qué era.
Desde 1992 estudié sobre el Concilio Vaticano II, Puebla y Medellín con el Padre José Gallinger, pero no fue hasta 1999 que comencé a estudiar Biblia.
Descubrí que el Dios del Antiguo Testamento, no era tanto el Dios castigador, sino el Dios que ama y que está cerca de su pueblo, que castiga sus malas acciones, pero que está pronto a ayudarlo cuando lo necesita.
¡Y aquí llega lo mejor!
Este Dios manda a su propio Hijo, para mostrarnos quién es y enseñarnos el camino que debemos seguir. La canción dice: “Danos un corazón grande para amar y un corazón fuerte para luchar”. Ese es el Corazón de Jesús. El nos enseñó que el mal existe, no por obra de Dios, sino por la libertad del ser humano. Dios creó al mundo. El hombre (varón y mujer), y el universo son obra de El, pero respeta la libertad humana y el dinamismo de la naturaleza.
El estudio de la Biblia me enseñó a no buscar un dios milagrero, sino el Dios de la verdad. Un Padre bueno que crea seres libres. Un Padre todopoderoso, que se despoja de su poder a favor de nuestra libertad, pero que está siempre atento al que pide su ayuda. Un Dios que nos pide a nosotros, hacer de este mundo su Reino de Amor, y si lo escuchamos, nos orienta y ayuda, nos alienta, nos impulsa y acompaña y nos invita a asumir plenamente nuestra libertad y responsabilidad.
Jesús, es su embajador, El que nos enseñó a conocerlo, y vaya si lo hizo, hasta dio su .vida para que lo entendiéramos.
En resumen: La conclusión que aprendí, es que no es Dios el que mueve los hilos de estas marionetas, sino que somos nosotros los que tenemos, con su ayuda, que asumir la responsabilidad de hacer de este mundo, y especialmente de nuestra patria, un lugar donde sea hermoso vivir todos juntos, en paz , armonía y solidaridad .
Ojalá que haya podido poner en práctica, un poquito de todo lo que aprendí.
MARTA DONATO, CHOCHI
En febrero de este año, asistí a una consulta médica de rutina y el cardiólogo, sin más, me derivó de inmediato a Unidad coronaria para que me fuera implantado un marcapasos. Esta situación por sí misma y además inesperada me asustó.
Tomé conciencia de mi fragilidad. Y recurrí al Señor con toda mi fe.
Apenas me llevaron a unidad coronaria pedí que un sacerdote me trajera la unción de los enfermos. El sacerdote al entrar, señalando mi corazón, dijo: » Allí está Él. En el lugar donde trabajarán los médicos Él estará”. Luego me administró el sacramento. Nada más. Una paz infinita me invadió. Ya no tuve miedo en esa larga semana de espera hasta que llegó el aparato.
En esos momentos pensé en la posibilidad de mi muerte. Pero se me hizo como parte de la vida, algo que podía pasar y como un medio para ir a la casa del Padre. Quizás había llegado el tiempo de mi Pascua.
Recé incontables rosarios y leía cada vez un capítulo de un pequeño libro “Las Siete Palabras”. Es lo único que me habían permitido tener conmigo en la habitación, Rezaba, leía y meditaba.
Recurrentemente venía a mi memoria una canción que cantábamos en la parroquia:
Por qué no miras lo que hice allá en la Cruz
Cuando hasta el cielo para mí se oscureció
Dije a mi Padre “hágase tu voluntad”
Y amaneció
La Palabra que lunes a lunes leemos y comentamos en el Seminario, me sostenía.
A mi lado estaba el Emanuel.
Y fui al quirófano confiada en Él y sintiendo el amoroso abrazo de su Santa Madre.
A partir de ese episodio cambió mi vida. Lo cotidiano tiene otra dimensión, Hay en mí un antes y un después a partir de este acontecimiento.
Estoy segura que Dios habita en el corazón de cada uno de nosotros. Y doy testimonio de ello cada vez que la ocasión surge.
Un abrazo fraternal en Cristo
Mirta Biondi
De a poco fui descubriendo que es lo que Dios quiere de mí, cuál es la misión para la que llamó.
Siempre sentí resonar sus palabras en mi corazón. Pero no sabía que venían desde Él.
Me creía ser persona por mis propios conocimientos y experiencias.
Un día, abriendo la Biblia, encontré entre muchas otras, las palabras
“busca y encontrarás, golpea y se abrirá, pide y se te dará”, que yo repetía sin conocer su origen, como un refrán popular.
Y seguía;
“Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre de ustedes que está en el cielo dará cosas buenas a aquellos que se las pidan! (Mateo 7, 9-11)
Y empecé deleitarme, a conocer, a profundizar, a orar con la Palabra.
Así cada vez más encontré y encuentro el camino, a veces rápidamente, a veces lentamente. Veo la fuerza de la Palabra que nos guía desde siempre, llamándonos aún cuando no somos conscientes de esa voz, esperándonos pacientemente. Cada respuesta nuestra nos abre más posibilidades.
Uno aprende a dar testimonio sencillamente, viviendo en libertad y alegría, y a dar gracias y alabar al Dios Uno y Trino por el amor infinito que tiene por nosotros. Se pueden atravesar los buenos y malos momentos con confianza y entereza. Se pude ayudar a otros compartiendo alegrías y tristezas, haciéndoles descubrir la importancia de saberse amado.
¿Acaso no lo sabes, o no lo has oído?
Yavé es un Dios eterno
que ha creado hasta los extremos del mundo.
No se cansa ni se fatiga y su inteligencia no tiene límites.
El da la fuerza al que está cansado y robustece al que está débil.
Mientras los jóvenes se cansan y se fatigan
y hasta pueden llegar a caerse,
los que en El confían recuperan fuerzas,
y les crecen alas como de águilas.
Correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse. Isaías 40, 28/31
Susana – Septiembre de 2015
Pastoral Social
«El hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos concretos» (Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 31). Por eso, así como se dice que a la vivencia de la religiosidad popular se la atiende con la pastoral popular, también puede proponerse que a la realidad social, económica y política del pueblo se la sirve y se la evangeliza con la pastoral social.
En un sentido amplio, es todo el pueblo creyente el que vive, con más o menos coherencia, los ecos del Evangelio en lo cotidiano de la vida y transmite sus implicancias en el contexto histórico concreto incluso a través de las experiencias religiosas.
Compartimos experiencias de nuestra Comunidad:
+Aporte de la Pastoral Carcelaria:
El accionar en la unidad 21 del Servicio Penitenciario, cada jueves, nos ha hecho vivenciar testimonios como los que a continuación les relatamos:
“Se llamaba Carlos. Tenía 4 años cuando fue abandonado por su mamá en una estación de tren. Ella le dijo “Enseguida vuelvo…” pero nunca regresó. Lo criaron “los vagos de la calle” y lo acompañaban los perros de la calle.”
“Era policía, Jorge, y estaba contento de estar pagando su pena. Había matado,” algo muy malo”. El había salido a la calle a trabajar, no estaba bien y se había dedicado a la droga y al alcohol porque mataron a su novia y no pudo defenderla.”
Y también, hay situaciones esperanzadoras… como la de “Juan, un preso, que se convirtió profundamente al Catolicismo. Fue recuperado de la droga en el centro de rehabilitación de Devoto. Cuando lo conocimos hacía 7 años que la había dejado”.
En la cárcel aprendió a reparar calzados.
Tuvo una buena terapia y muy, muy de a poco fue recuperando a su familia (que no quería saber más de él). Al salir de la Unidad 21 lo esperaban 16 familiares.
¡Su fuerza fue Jesús!
Por su parte,Susana B. Rojas Campos del Equipo de Pastoral del Enfermo nos introduce en la historia de José.
“José es un chico que hoy tiene 37 años. Hace 8 años que está con rehabilitación. Lo conocí y acompañé en ALPI con otras voluntarias también, pude prepararlo en su catequesis para los Sacramentos.
Tiene muletas que reemplazan sus caderas, sus rodillas, sumado a su visión de un solo ojo y problemas de habla…
Ahora, los invito a conocer el relato de José, un testimonio de vida:
“Era un día cualquiera. Trabajaba en el delivery de la pizzería hasta las 24. Después -como casi todos los viernes- terminaría en el pool con unas cuantas birras de más, era la previa del fin de semana…
Lo último que recuerdo fue una frenada. Yo por los aires y un gran dolor que continuaría en todo mi cuerpo, después que desperté de estar en coma, un mes…Se sucedieron muchas operaciones! No quería mirarme al espejo, no era yo físicamente…tampoco interiormente sería el mismo!
Allí, conocí al Amor de los Amores: Jesús.
En el médico, me enamoré de Ana, una compañera de rehabilitación en el hospital de día de ALPI que está en silla de ruedas… Ella me ayudó mucho y nos casamos en 2014.
Después de 8 años, sigo en rehabilitación.
Hoy, como cada día, le ofrezco a Cristo mi vida, con todo el corazón, esa vida nueva de mi ser interior. ”Gracias Señor porque Tú estás conmigo”.
“Las elecciones…
exigencia de compromiso ciudadano”
En el salón de actos del colegio Guadalupe de Palermo se realizó el lunes 13 de julio a las 20, una charla de Monseñor Jorge Lozano sobre las Elecciones.
Se refirió al documento que lleva por título “Las elecciones, exigencia de compromiso ciudadano”, y agrega una frase del papa Francisco: “Ciudadanos responsables en el seno de un pueblo”.
Se destacan los párrafos más destacados.“Después de más de treinta años de vida democrática ininterrumpida y en vísperas del Bicentenario de la Independencia, este año 2015 está marcado por una serie de actos electorales en todos los niveles (nacional, provincial y municipal). En tal contexto, nos parece oportuno compartir algunas reflexiones con nuestros hermanos argentinos”.“No hemos de reducir el ejercicio democrático sólo a la cuestión electoral cada dos años, sino asumir cada día la necesaria participación ciudadana”
“El proceso electoral es una preciosa oportunidad para un debate cívico acerca del presente y del futuro que deseamos para la Argentina”
“En temas importantes y permanentes, sea posible acordar entre los distintos partidos y sectores sociales políticas de Estado que se desarrollen más allá de los cambios de gobierno, de manera que las legítimas iniciativas que cada nuevo candidato proponga implementar, no signifiquen hacer tierra arrasada y abandonar todo lo hecho hasta ese momento”.
“La elección presidencial, con toda su importancia, no debe ocultar la relevancia de las elecciones en otros niveles, y en particular la de legisladores”
“Al ponerse de relieve las diversidades entre propuestas, candidatos e ideologías, no debe hacernos perder de vista lo que nos une. El Papa nos invita a mirar nuestros vínculos más allá de legítimas pertenencias partidarias o de sector. Por eso nos dice que “convertirse en pueblo es todavía más, y requiere un proceso constante en el cual cada nueva generación se ve involucrada. Es un trabajo lento y arduo que exige querer integrarse y aprender a hacerlo hasta desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía” (Francisco, El gozo del Evangelio, N° 220)”.
“Las elecciones de este año, debería ser un momento propicio para iniciar un examen de conciencia colectivo, y para proponernos como sociedad metas exigentes, que nos estimulen a crecer en la cultura del diálogo y el encuentro”.
“La responsabilidad es de todos. Nadie podría excusarse razonablemente de participar, según sus posibilidades, en el esfuerzo de seguir afianzando una mejor convivencia en nuestra Patria.”
Viaje Apostólico por América Latina
Como ya todos sabemos el Papa Francisco está recorriendo América Latina en su viaje Apostólico.
Compartimos el discurso del Santo Padre con motivo de su PARTICIPACIÓN EN EL II ENCUENTRO MUNDIAL DE LOS MOVIMIENTOS POPULARES
Expo Feria, Santa Cruz de la Sierra (Bolivia)
Jueves 9 de julio de 2015
Hermanas y hermanos, buenas tardes
Hace algunos meses nos reunimos en Roma y tengo presente ese primer encuentro nuestro. Durante este tiempo los he llevado en mi corazón y en mis oraciones. Y me alegra verlos de nuevo aquí, debatiendo los mejores caminos para superar las graves situaciones de injusticia que sufren los excluidos en todo el mundo. Gracias, Señor Presidente Evo Morales, por acompañar tan decididamente este Encuentro.
Aquella vez en Roma sentí algo muy lindo: fraternidad, garra, entrega, sed de justicia. Hoy, en Santa Cruz de la Sierra, vuelvo a sentir lo mismo. Gracias por eso. También he sabido por medio del Pontificio Consejo Justicia y Paz, que preside el Cardenal Turkson, que son muchos en la Iglesia los que se sienten más cercanos a los movimientos populares. Me alegra tanto ver la Iglesia con las puertas abiertas a todos ustedes, que se involucre, acompañe y logre sistematizar en cada diócesis, en cada Comisión de Justicia y Paz, una colaboración real, permanente y comprometida con los movimientos populares. Los invito a todos, Obispos, sacerdotes y laicos, junto a las organizaciones sociales de las periferias urbanas y rurales, a profundizar ese encuentro.
Dios permite que hoy nos veamos otra vez. La Biblia nos recuerda que Dios escucha el clamor de su pueblo y quisiera yo también volver a unir mi voz a la de ustedes: las famosas “tres T”: tierra, techo y trabajo, para todos nuestros hermanos y hermanas. Lo dije y lo repito: son derechos sagrados. Vale la pena, vale la pena luchar por ellos. Que el clamor de los excluidos se escuche en América Latina y en toda la tierra.
1. Primero de todo, empecemos reconociendo que necesitamos un cambio. Quiero aclarar, para que no haya malos entendidos, que hablo de los problemas comunes de todos los latinoamericanos y, en general, también de toda la humanidad. Problemas que tienen una matriz global y que hoy ningún Estado puede resolver por sí mismo. Hecha esta aclaración, propongo que nos hagamos estas preguntas:
– ¿Reconocemos, en serio, que las cosas no andan bien en un mundo donde hay tantos campesinos sin tierra, tantas familias sin techo, tantos trabajadores sin derechos, tantas personas heridas en su dignidad?
– ¿Reconocemos que las cosas no andan bien cuando estallan tantas guerras sin sentido y la violencia fratricida se adueña hasta de nuestros barrios? ¿Reconocemos que las cosas no andan bien cuando el suelo, el agua, el aire y todos los seres de la creación están bajo permanente amenaza?
Entonces, si reconocemos esto, digámoslo sin miedo: necesitamos y queremos un cambio.
Ustedes –en sus cartas y en nuestros encuentros– me han relatado las múltiples exclusiones e injusticias que sufren en cada actividad laboral, en cada barrio, en cada territorio. Son tantas y tan diversas como tantas y diversas sus formas de enfrentarlas. Hay, sin embargo, un hilo invisible que une cada una de las exclusiones. No están aisladas, están unidas por un hilo invisible. ¿Podemos reconocerlo? Porque no se trata de esas cuestiones aisladas. Me pregunto si somos capaces de reconocer que esas realidades destructoras responden a un sistema que se ha hecho global. ¿Reconocemos que ese sistema ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo sin pensar en la exclusión social o la destrucción de la naturaleza?
Si esto es así, insisto, digámoslo sin miedo: queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los pueblos… Y tampoco lo aguanta la Tierra, la hermana madre tierra, como decía san Francisco.
Queremos un cambio en nuestras vidas, en nuestros barrios, en el pago chico, en nuestra realidad más cercana; también un cambio que toque al mundo entero porque hoy la interdependencia planetaria requiere respuestas globales a los problemas locales. La globalización de la esperanza, que nace de los Pueblos y crece entre los pobres, debe sustituir a esta globalización de la exclusión y de la indiferencia.
Quisiera hoy reflexionar con ustedes sobre el cambio que queremos y necesitamos. Ustedes saben que escribí recientemente sobre los problemas del cambio climático. Pero, esta vez, quiero hablar de un cambio en otro sentido. Un cambio positivo, un cambio que nos haga bien, un cambio –podríamos decir– redentor. Porque lo necesitamos. Sé que ustedes buscan un cambio y no sólo ustedes: en los distintos encuentros, en los distintos viajes he comprobado que existe una espera, una fuerte búsqueda, un anhelo de cambio en todos los pueblos del mundo. Incluso dentro de esa minoría cada vez más reducida que cree beneficiarse con este sistema, reina la insatisfacción y especialmente la tristeza. Muchos esperan un cambio que los libere de esa tristeza individualista que esclaviza.
El tiempo, hermanos, hermanas, el tiempo parece que se estuviera agotando; no alcanzó el pelearnos entre nosotros, sino que hasta nos ensañamos con nuestra casa. Hoy la comunidad científica acepta lo que desde hace ya mucho tiempo denuncian los humildes: se están produciendo daños tal vez irreversibles en el ecosistema. Se está castigando a la Tierra, a los pueblos y a las personas de un modo casi salvaje. Y detrás de tanto dolor, tanta muerte y destrucción, se huele el tufo de eso que Basilio de Cesarea –uno de los primeros teólogos de la Iglesia– llamaba “el estiércol del diablo”, la ambición desenfrenada de dinero que gobierna. Ese es “el estiércol del diablo”. El servicio para el bien común queda relegado. Cuando el capital se convierte en ídolo y dirige las opciones de los seres humanos, cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema socioeconómico, arruina la sociedad, condena al hombre, lo convierte en esclavo, destruye la fraternidad interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo y, como vemos, incluso pone en riesgo esta nuestra casa común, la hermana y madre tierra.
No quiero extenderme describiendo los efectos malignos de esta sutil dictadura: ustedes los conocen. Tampoco basta con señalar las causas estructurales del drama social y ambiental contemporáneo. Sufrimos cierto exceso de diagnóstico que a veces nos lleva a un pesimismo charlatán o a regodearnos en lo negativo. Al ver la crónica negra de cada día, creemos que no hay nada que se puede hacer salvo cuidarse a uno mismo y al pequeño círculo de la familia y los afectos.
¿Qué puedo hacer yo, cartonero, catadora, pepenador, recicladora frente a tantos problemas si apenas gano para comer? ¿Qué puedo hacer yo artesano, vendedor ambulante, transportista, trabajador excluido, si ni siquiera tengo derechos laborales? ¿Qué puedo hacer yo, campesina, indígena, pescador, que apenas puedo resistir el avasallamiento de las grandes corporaciones? ¿Qué puedo hacer yo desde mi villa, mi chabola, mi población, mi rancherío, cuando soy diariamente discriminado y marginado? ¿Qué puede hacer ese estudiante, ese joven, ese militante, ese misionero que patea las barriadas y los parajes con el corazón lleno de sueños pero casi sin ninguna solución para sus problemas? Pueden hacer mucho. Pueden hacer mucho. Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda cotidiana de las “tres T”. ¿De acuerdo? Trabajo, techo y tierra. Y también, en su participación protagónica en los grandes procesos de cambio, cambios nacionales, cambios regionales y cambios mundiales. ¡No se achiquen!
2. Segundo. Ustedes son sembradores de cambio. Aquí en Bolivia he escuchado una frase que me gusta mucho: “proceso de cambio”. El cambio concebido no como algo que un día llegará porque se impuso tal o cual opción política o porque se instauró tal o cual estructura social. Dolorosamente sabemos que un cambio de estructuras que no viene acompañado de una sincera conversión de las actitudes y del corazón termina a la larga o a la corta por burocratizarse, corromperse y sucumbir. Hay que cambiar el corazón. Por eso me gusta tanto la imagen del proceso, los procesos, donde la pasión por sembrar, por regar serenamente lo que otros verán florecer, remplaza la ansiedad por ocupar todos los espacios de poder disponibles y ver resultados inmediatos. La opción es por generar procesos y no por ocupar espacios. Cada uno de nosotros no es más que parte de un todo complejo y diverso interactuando en el tiempo: pueblos que luchan por una significación, por un destino, por vivir con dignidad, por “vivir bien”, dignamente, en ese sentido.
Ustedes, desde los movimientos populares, asumen las labores de siempre motivados por el amor fraterno que se revela contra la injusticia social. Cuando miramos el rostro de los que sufren, el rostro del campesino amenazado, del trabajador excluido, del indígena oprimido, de la familia sin techo, del migrante perseguido, del joven desocupado, del niño explotado, de la madre que perdió a su hijo en un tiroteo porque el barrio fue copado por el narcotráfico, del padre que perdió a su hija porque fue sometida a la esclavitud; cuando recordamos esos “rostros y esos nombres”, se nos estremecen las entrañas frente a tanto dolor y nos conmovemos, todos nos conmovemos… Porque “hemos visto y oído” no la fría estadística sino las heridas de la humanidad doliente, nuestras heridas, nuestra carne. Eso es muy distinto a la teorización abstracta o la indignación elegante. Eso nos conmueve, nos mueve y buscamos al otro para movernos juntos. Esa emoción hecha acción comunitaria no se comprende únicamente con la razón: tiene un plus de sentido que sólo los pueblos entienden y que da su mística particular a los verdaderos movimientos populares.
Ustedes viven cada día empapados en el nudo de la tormenta humana. Me han hablado de sus causas, me han hecho parte de sus luchas, ya desde Buenos Aires, y yo se lo agradezco. Ustedes, queridos hermanos, trabajan muchas veces en lo pequeño, en lo cercano, en la realidad injusta que se les impuso y a la que no se resignan, oponiendo una resistencia activa al sistema idolátrico que excluye, degrada y mata. Los he visto trabajar incansablemente por la tierra y la agricultura campesina, por sus territorios y comunidades, por la dignificación de la economía popular, por la integración urbana de sus villas y asentamientos, por la autoconstrucción de viviendas y el desarrollo de infraestructura barrial, y en tantas actividades comunitarias que tienden a la reafirmación de algo tan elemental e innegablemente necesario como el derecho a las “tres T”: tierra, techo y trabajo.
Ese arraigo al barrio, a la tierra, al oficio, al gremio, ese reconocerse en el rostro del otro, esa proximidad del día a día, con sus miserias, porque las hay, las tenemos, y sus heroísmos cotidianos, es lo que permite ejercer el mandato del amor, no a partir de ideas o conceptos sino a partir del encuentro genuino entre personas. Necesitamos instaurar esta cultura del encuentro, porque ni los conceptos ni las ideas se aman. Nadie ama un concepto, nadie ama una idea; se aman las personas. La entrega, la verdadera entrega surge del amor a hombres y mujeres, niños y ancianos, pueblos y comunidades… rostros, rostros y nombres que llenan el corazón. De esas semillas de esperanza sembradas pacientemente en las periferias olvidadas del planeta, de esos brotes de ternura que lucha por subsistir en la oscuridad de la exclusión, crecerán árboles grandes, surgirán bosques tupidos de esperanza para oxigenar este mundo.
Veo con alegría que ustedes trabajan en lo cercano, cuidando los brotes; pero, a la vez, con una perspectiva más amplia, protegiendo la arboleda. Trabajan en una perspectiva que no sólo aborda la realidad sectorial que cada uno de ustedes representa y a la que felizmente está arraigado, sino que también buscan resolver de raíz los problemas generales de pobreza, desigualdad y exclusión.
Los felicito por eso. Es imprescindible que, junto a la reivindicación de sus legítimos derechos, los pueblos y organizaciones sociales construyan una alternativa humana a la globalización excluyente. Ustedes son sembradores del cambio. Que Dios les dé coraje, les dé alegría, les dé perseverancia y pasión para seguir sembrando. Tengan la certeza que tarde o temprano vamos a ver los frutos. A los dirigentes les pido: sean creativos y nunca pierdan el arraigo a lo cercano, porque el padre de la mentira sabe usurpar palabras nobles, promover modas intelectuales y adoptar poses ideológicas, pero, si ustedes construyen sobre bases sólidas, sobre las necesidades reales y la experiencia viva de sus hermanos, de los campesinos e indígenas, de los trabajadores excluidos y las familias marginadas, seguramente no se van a equivocar.
La Iglesia no puede ni debe estar ajena a este proceso en el anuncio del Evangelio. Muchos sacerdotes y agentes pastorales cumplen una enorme tarea acompañando y promoviendo a los excluidos de todo el mundo, junto a cooperativas, impulsando emprendimientos, construyendo viviendas, trabajando abnegadamente en los campos de salud, el deporte y la educación. Estoy convencido que la colaboración respetuosa con los movimientos populares puede potenciar estos esfuerzos y fortalecer los procesos de cambio.
Y tengamos siempre en el corazón a la Virgen María, una humilde muchacha de un pequeño pueblo perdido en la periferia de un gran imperio, una madre sin techo que supo transformar una cueva de animales en la casa de Jesús con unos pañales y una montaña de ternura. María es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. Yo rezo a la Virgen María, tan venerada por el pueblo boliviano para que permita que este Encuentro nuestro sea fermento de cambio.
3. Tercero. Por último quisiera que pensemos juntos algunas tareas importantes para este momento histórico, porque queremos un cambio positivo para el bien de todos nuestros hermanos y hermanas. Eso lo sabemos. Queremos un cambio que se enriquezca con el trabajo mancomunado de los gobiernos, los movimientos populares y otras fuerzas sociales. Eso también lo sabemos. Pero no es tan fácil definir el contenido del cambio –podría decirse–, el programa social que refleje este proyecto de fraternidad y justicia que esperamos; no es fácil de definirlo. En ese sentido, no esperen de este Papa una receta. Ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio de la interpretación de la realidad social ni la propuesta de soluciones a problemas contemporáneos. Me atrevería a decir que no existe una receta. La historia la construyen las generaciones que se suceden en el marco de pueblos que marchan buscando su propio camino y respetando los valores que Dios puso en el corazón.
Quisiera, sin embargo, proponer tres grandes tareas que requieren el decisivo aporte del conjunto de los movimientos populares.
3.1. La primera tarea es poner la economía al servicio de los pueblos: Los seres humanos y la naturaleza no deben estar al servicio del dinero. Digamos “NO” a una economía de exclusión e inequidad donde el dinero reina en lugar de servir. Esa economía mata. Esa economía excluye. Esa economía destruye la madre tierra.
La economía no debería ser un mecanismo de acumulación sino la adecuada administración de la casa común. Eso implica cuidar celosamente la casa y distribuir adecuadamente los bienes entre todos. Su objeto no es únicamente asegurar la comida o un “decoroso sustento”. Ni siquiera, aunque ya sería un gran paso, garantizar el acceso a las “tres T” por las que ustedes luchan. Una economía verdaderamente comunitaria, podría decir, una economía de inspiración cristiana, debe garantizar a los pueblos dignidad, «prosperidad sin exceptuar bien alguno» (Juan XXIII, Enc. Mater et Magistra [15 mayo 1961], 3: AAS 53 [1961], 402). Esta última frase la dijo el Papa Juan XXIII hace cincuenta años. Jesús dice en el Evangelio que, aquel que le dé espontáneamente un vaso de agua al que tiene sed, le será tenido en cuenta en el Reino de los cielos. Esto implica las “tres T”, pero también acceso a la educación, la salud, la innovación, las manifestaciones artísticas y culturales, la comunicación, el deporte y la recreación. Una economía justa debe crear las condiciones para que cada persona pueda gozar de una infancia sin carencias, desarrollar sus talentos durante la juventud, trabajar con plenos derechos durante los años de actividad y acceder a una digna jubilación en la ancianidad. Es una economía donde el ser humano, en armonía con la naturaleza, estructura todo el sistema de producción y distribución para que las capacidades y las necesidades de cada uno encuentren un cauce adecuado en el ser social. Ustedes, y también otros pueblos, resumen este anhelo de una manera simple y bella: “vivir bien”, que no es lo mismo que “pasarla bien”.
Esta economía no es sólo deseable y necesaria sino también es posible. No es una utopía ni una fantasía. Es una perspectiva extremadamente realista. Podemos lograrlo. Los recursos disponibles en el mundo, fruto del trabajo intergeneracional de los pueblos y los dones de la creación, son más que suficientes para el desarrollo integral de «todos los hombres y de todo el hombre» (Pablo VI, Enc. Popolorum progressio [26 marzo 1967], 14: AAS 59 [1967], 264). El problema, en cambio, es otro. Existe un sistema con otros objetivos. Un sistema que además de acelerar irresponsablemente los ritmos de la producción, además de implementar métodos en la industria y la agricultura que dañan a la madre tierra en aras de la “productividad”, sigue negándoles a miles de millones de hermanos los más elementales derechos económicos, sociales y culturales. Ese sistema atenta contra el proyecto de Jesús, contra la Buena Noticia que trajo Jesús.
La distribución justa de los frutos de la tierra y el trabajo humano no es mera filantropía. Es un deber moral. Para los cristianos, la carga es aún más fuerte: es un mandamiento. Se trata de devolverles a los pobres y a los pueblos lo que les pertenece. El destino universal de los bienes no es un adorno discursivo de la doctrina social de la Iglesia. Es una realidad anterior a la propiedad privada. La propiedad, muy en especial cuando afecta los recursos naturales, debe estar siempre en función de las necesidades de los pueblos. Y estas necesidades no se limitan al consumo. No basta con dejar caer algunas gotas cuando los pobres agitan esa copa que nunca derrama por sí sola. Los planes asistenciales que atienden ciertas urgencias sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras, coyunturales. Nunca podrían sustituir la verdadera inclusión: esa que da el trabajo digno, libre, creativo, participativo y solidario.
Y, en este camino, los movimientos populares tienen un rol esencial, no sólo exigiendo y reclamando, sino fundamentalmente creando. Ustedes son poetas sociales: creadores de trabajo, constructores de viviendas, productores de alimentos, sobre todo para los descartados por el mercado mundial.
He conocido de cerca distintas experiencias donde los trabajadores unidos en cooperativas y otras formas de organización comunitaria lograron crear trabajo donde sólo había sobras de la economía idolátrica. Y vi que algunos están aquí. Las empresas recuperadas, las ferias francas y las cooperativas de cartoneros son ejemplos de esa economía popular que surge de la exclusión y, de a poquito, con esfuerzo y paciencia, adopta formas solidarias que la dignifican. Y, ¡qué distinto es eso a que los descartados por el mercado formal sean explotados como esclavos!
Los gobiernos que asumen como propia la tarea de poner la economía al servicio de los pueblos deben promover el fortalecimiento, mejoramiento, coordinación y expansión de estas formas de economía popular y producción comunitaria. Esto implica mejorar los procesos de trabajo, proveer infraestructura adecuada y garantizar plenos derechos a los trabajadores de este sector alternativo. Cuando Estado y organizaciones sociales asumen juntos la misión de las “tres T”, se activan los principios de solidaridad y subsidiariedad que permiten edificar el bien común en una democracia plena y participativa.
3.2. La segunda tarea es unir nuestros pueblos en el camino de la paz y la justicia.
Los pueblos del mundo quieren ser artífices de su propio destino. Quieren transitar en paz su marcha hacia la justicia. No quieren tutelajes ni injerencias donde el más fuerte subordina al más débil. Quieren que su cultura, su idioma, sus procesos sociales y tradiciones religiosas sean respetados. Ningún poder fáctico o constituido tiene derecho a privar a los países pobres del pleno ejercicio de su soberanía y, cuando lo hacen, vemos nuevas formas de colonialismo que afectan seriamente las posibilidades de paz y de justicia, porque «la paz se funda no sólo en el respeto de los derechos del hombre, sino también en los derechos de los pueblos particularmente el derecho a la independencia»(Pontificio Consejo Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 157).
Los pueblos de Latinoamérica parieron dolorosamente su independencia política y, desde entonces, llevan casi dos siglos de una historia dramática y llena de contradicciones intentando conquistar una independencia plena.
En estos últimos años, después de tantos desencuentros, muchos países latinoamericanos han visto crecer la fraternidad entre sus pueblos. Los gobiernos de la Región aunaron esfuerzos para hacer respetar su soberanía, la de cada país, la del conjunto regional, que tan bellamente, como nuestros padres de antaño, llaman la “Patria Grande”. Les pido a ustedes, hermanos y hermanas de los movimientos populares, que cuiden y acrecienten esta unidad. Mantener la unidad frente a todo intento de división es necesario para que la región crezca en paz y justicia.
A pesar de estos avances, todavía subsisten factores que atentan contra este desarrollo humano equitativo y coartan la soberanía de los países de la “Patria Grande” y otras latitudes del planeta. El nuevo colonialismo adopta diversas fachadas. A veces, es el poder anónimo del ídolo dinero: corporaciones, prestamistas, algunos tratados denominados «de libre comercio» y la imposición de medidas de «austeridad» que siempre ajustan el cinturón de los trabajadores y los pobres. Los obispos latinoamericanos lo denunciamos con total claridad en el documento de Aparecida cuando se afirma que «las instituciones financieras y las empresas transnacionales se fortalecen al punto de subordinar las economías locales, sobre todo, debilitando a los Estados, que aparecen cada vez más impotentes para llevar adelante proyectos de desarrollo al servicio de sus poblaciones»(V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano [2007], Documento Conclusivo, Aparecida, 66). En otras ocasiones, bajo el noble ropaje de la lucha contra la corrupción, el narcotráfico o el terrorismo –graves males de nuestros tiempos que requieren una acción internacional coordinada–, vemos que se impone a los Estados medidas que poco tienen que ver con la resolución de esas problemáticas y muchas veces empeoran las cosas.
Del mismo modo, la concentración monopólica de los medios de comunicación social, que pretende imponer pautas alienantes de consumo y cierta uniformidad cultural, es otra de las formas que adopta el nuevo colonialismo. Es el colonialismo ideológico. Como dijeron los Obispos de África en el primer Sínodo continental africano, muchas veces se pretende convertir a los países pobres en «piezas de un mecanismo y de un engranaje gigantesco» (Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Africa [14 septiembre 1995], 52: AAS 88 [1996], 32-33; Id., Enc. Sollicitudo rei socialis [30 diciembre 1987], 22: AAS 80 [1988], 539).
Hay que reconocer que ninguno de los graves problemas de la humanidad se puede resolver sin interacción entre los Estados y los pueblos a nivel internacional. Todo acto de envergadura realizado en una parte del planeta repercute en todo en términos económicos, ecológicos, sociales y culturales. Hasta el crimen y la violencia se han globalizado. Por ello, ningún gobierno puede actuar al margen de una responsabilidad común. Si realmente queremos un cambio positivo, tenemos que asumir humildemente nuestra interdependencia, es decir, nuestra sana interdependencia. Pero interacción no es sinónimo de imposición, no es subordinación de unos en función de los intereses de otros. El colonialismo, nuevo y viejo, que reduce a los países pobres a meros proveedores de materia prima y trabajo barato, engendra violencia, miseria, migraciones forzadas y todos los males que vienen de la mano… precisamente porque, al poner la periferia en función del centro, les niega el derecho a un desarrollo integral. Y eso, hermanos, es inequidad y la inequidad genera violencia, que no habrá recursos policiales, militares o de inteligencia capaces de detener.
Digamos “NO”, entonces, a las viejas y nuevas formas de colonialismo. Digamos “SÍ” al encuentro entre pueblos y culturas. Felices los que trabajan por la paz.
Y aquí quiero detenerme en un tema importante. Porque alguno podrá decir, con derecho, que, cuando el Papa habla del colonialismo se olvida de ciertas acciones de la Iglesia. Les digo, con pesar: se han cometido muchos y graves pecados contra los pueblos originarios de América en nombre de Dios. Lo han reconocido mis antecesores, lo ha dicho el CELAM, el Consejo Episcopal Latinoamericano, y también quiero decirlo. Al igual que san Juan Pablo II, pido que la Iglesia –y cito lo que dijo él– «se postre ante Dios e implore perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos» (Juan Pablo II, Bula Incarnationis mysterium, 11). Y quiero decirles, quiero ser muy claro, como lo fue san Juan Pablo II: pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América. Y junto a este pedido de perdón y para ser justos, también quiero que recordemos a millares de sacerdotes, obispos, que se opusieron fuertemente a la lógica de la espada con la fuerza de la cruz. Hubo pecado, hubo pecado y abundante, pero no pedimos perdón, y por eso pedimos perdón, y pido perdón, pero allí también, donde hubo pecado, donde hubo abundante pecado, sobreabundó la gracia a través de esos hombres que defendieron la justicia de los pueblos originarios.
Les pido también a todos, creyentes y no creyentes, que se acuerden de tantos obispos, sacerdotes y laicos que predicaron y predican la Buena Noticia de Jesús con coraje y mansedumbre, respeto y en paz –dije obispos, sacerdotes, y laicos, no me quiero olvidar de las monjitas que anónimamente patean nuestros barrios pobres llevando un mensaje de paz y de bien–, que en su paso por esta vida dejaron conmovedoras obras de promoción humana y de amor, muchas veces junto a los pueblos indígenas o acompañando a los propios movimientos populares incluso hasta el martirio. La Iglesia, sus hijos e hijas, son una parte de la identidad de los pueblos en latinoamericana. Identidad que, tanto aquí como en otros países, algunos poderes se empeñan en borrar, tal vez porque nuestra fe es revolucionaria, porque nuestra fe desafía la tiranía del ídolo dinero. Hoy vemos con espanto cómo en Medio Oriente y otros lugares del mundo se persigue, se tortura, se asesina a muchos hermanos nuestros por su fe en Jesús. Eso también debemos denunciarlo: dentro de esta tercera guerra mundial en cuotas que vivimos, hay una especie –fuerzo la palabra– de genocidio en marcha que debe cesar.
A los hermanos y hermanas del movimiento indígena latinoamericano, déjenme trasmitirles mi más hondo cariño y felicitarlos por buscar la conjunción de sus pueblos y culturas, eso –conjunción de pueblos y culturas–, eso que a mí me gusta llamar poliedro, una forma de convivencia donde las partes conservan su identidad construyendo juntas una pluralidad que no atenta, sino que fortalece la unidad. Su búsqueda de esa interculturalidad que combina la reafirmación de los derechos de los pueblos originarios con el respeto a la integridad territorial de los Estados nos enriquece y nos fortalece a todos.
3.3. Y la tercera tarea, tal vez la más importante que debemos asumir hoy, es defender la madre tierra.
La casa común de todos nosotros está siendo saqueada, devastada, vejada impunemente. La cobardía en su defensa es un pecado grave. Vemos con decepción creciente cómo se suceden una tras otras las cumbres internacionales sin ningún resultado importante. Existe un claro, definitivo e impostergable imperativo ético de actuar que no se está cumpliendo. No se puede permitir que ciertos intereses –que son globales pero no universales– se impongan, sometan a los Estados y organismos internacionales, y continúen destruyendo la creación. Los pueblos y sus movimientos están llamados a clamar a movilizarse, a exigir –pacífica pero tenazmente– la adopción urgente de medidas apropiadas. Yo les pido, en nombre de Dios, que defiendan a la madre tierra. Sobre éste tema me he expresado debidamente en la Carta Encíclica Laudato si’, que creo que les será dada al finalizar.
4. Para finalizar, quisiera decirles nuevamente: el futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las elites. Está fundamentalmente en manos de los pueblos, en su capacidad de organizarse y también en sus manos que riegan con humildad y convicción este proceso de cambio. Los acompaño. Y cada uno, repitámonos desde el corazón: ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una venerable vejez. Sigan con su lucha y, por favor, cuiden mucho a la madre tierra. Créanme –y soy sincero–, de corazón les digo: rezo por ustedes, rezo con ustedes y quiero pedirle a nuestro Padre Dios que los acompañe y los bendiga, que los colme de su amor y los defienda en el camino dándoles abundantemente esa fuerza que nos mantiene en pie, esa fuerza es la esperanza. Y una cosa importante: la esperanza no defrauda. Y, por favor, les pido que recen por mí. Y si alguno de ustedes no puede rezar, con todo respeto le pido que me piense bien y me mande buena onda. Gracias.