¿PUEDE DIOS HABLAR?

¿Puede Dios escuchar?
¿Podemos nosotros hablar con Dios y escucharlo? ¿Cómo? ¿Con qué medios?
¿Sucedió alguna vez en la historia? ¿Cómo saberlo? ¿Dónde me informo?

En la práctica pastoral hoy, éstas son preguntas que el común de la gente se hace cuando se las invita a ‘escuchar’ o leer la Biblia como Palabra de Dios. En nuestro continente se han hecho buenas experiencias de acercar la Biblia a la gente, de orar con ella, de reflexionar sobre la vida y a partir de la vida. No obstante la insistencia del Concilio Vaticano II de que la Biblia sea Palabra inspiradora y sea incluida en toda tarea pastoral, no siempre se alcanzó este objetivo.

Como Misioneros del Verbo Divino, es decir Misioneros de la Palabra de Dios, nos encontramos involucrados en una tarea para nosotros prioritaria, que es que el pueblo descubra la Biblia como Palabra que quiere salir al encuentro del hombre, cualesquiera sea su realidad actual y en todos los ámbitos en que se desenvuelve, llamándolo a un diálogo como amigo e invitándolo a ser protagonista de la construcción de un mundo mejor, más humano, en el despliegue de su ser transformado por su Amor.

Para muchos, esto puede parecer difícil o imposible, pero se trata de mirar la realidad cotidiana y sentirse interpelado por los hechos y situaciones que vivimos todos, saliendo de los encierros voluntarios que nos aíslan de los demás. A partir de allí, permitir que la Palabra escrita, el texto bíblico, vaya ingresando a la cabeza y al corazón, siempre teniendo en cuenta que es Dios quien habla, e intentando descubrir qué quiere decir hoy a nuestras vidas concretas.

Si nuestro espíritu está abierto y disponible a escuchar la suave voz del Espíritu de Dios, es Él quien nos moverá a dar una respuesta, y el diálogo será posible, o ya habrá comenzado.

P. Pepe Ferreyra SVD


images (3)

TESTIMONIO DE UNA ESTUDIANTE DE BIBLIA

Tengo 82 años, pasé más de treinta sin poder acercarme a la Biblia y como todos los de mi época que depositaron su confianza en la Virgen y los santos, yo lo hice en el Sagrado Corazón de Jesús y me convertí en Apóstol de la Oración, sin saber durante muchos años bien qué era.
Desde 1992 estudié sobre el Concilio Vaticano II, Puebla y Medellín con el Padre José Gallinger, pero no fue hasta 1999 que comencé a estudiar Biblia.
Descubrí que el Dios del Antiguo Testamento, no era tanto el Dios castigador, sino el Dios que ama y que está cerca de su pueblo, que castiga sus malas acciones, pero que está pronto a ayudarlo cuando lo necesita.
¡Y aquí llega lo mejor!
Este Dios manda a su propio Hijo, para mostrarnos quién es y enseñarnos el camino que debemos seguir. La canción dice: “Danos un corazón grande para amar y un corazón fuerte para luchar”. Ese es el Corazón de Jesús. El nos enseñó que el mal existe, no por obra de Dios, sino por la libertad del ser humano. Dios creó al mundo. El hombre (varón y mujer), y el universo son obra de El, pero respeta la libertad humana y el dinamismo de la naturaleza.
El estudio de la Biblia me enseñó a no buscar un dios milagrero, sino el Dios de la verdad. Un Padre bueno que crea seres libres. Un Padre todopoderoso, que se despoja de su poder a favor de nuestra libertad, pero que está siempre atento al que pide su ayuda. Un Dios que nos pide a nosotros, hacer de este mundo su Reino de Amor, y si lo escuchamos, nos orienta y ayuda, nos alienta, nos impulsa y acompaña y nos invita a asumir plenamente nuestra libertad y responsabilidad.
Jesús, es su embajador, El que nos enseñó a conocerlo, y vaya si lo hizo, hasta dio su .vida para que lo entendiéramos.
En resumen: La conclusión que aprendí, es que no es Dios el que mueve los hilos de estas marionetas, sino que somos nosotros los que tenemos, con su ayuda, que asumir la responsabilidad de hacer de este mundo, y especialmente de nuestra patria, un lugar donde sea hermoso vivir todos juntos, en paz , armonía y solidaridad .
Ojalá que haya podido poner en práctica, un poquito de todo lo que aprendí.

MARTA DONATO, CHOCHI


En febrero de este año, asistí a una consulta médica de rutina y el cardiólogo, sin más, me derivó de inmediato a Unidad coronaria para que me fuera implantado un marcapasos. Esta situación por sí misma y además inesperada me asustó.
Tomé conciencia de mi fragilidad. Y recurrí al Señor con toda mi fe.
Apenas me llevaron a unidad coronaria pedí que un sacerdote me trajera la unción de los enfermos. El sacerdote al entrar, señalando mi corazón, dijo: » Allí está Él. En el lugar donde trabajarán los médicos Él estará”. Luego me administró el sacramento. Nada más. Una paz infinita me invadió. Ya no tuve miedo en esa larga semana de espera hasta que llegó el aparato.
En esos momentos pensé en la posibilidad de mi muerte. Pero se me hizo como parte de la vida, algo que podía pasar y como un medio para ir a la casa del Padre. Quizás había llegado el tiempo de mi Pascua.
Recé incontables rosarios y leía cada vez un capítulo de un pequeño libro “Las Siete Palabras”. Es lo único que me habían permitido tener conmigo en la habitación, Rezaba, leía y meditaba.
Recurrentemente venía a mi memoria una canción que cantábamos en la parroquia:

Por qué no miras lo que hice allá en la Cruz
Cuando hasta el cielo para mí se oscureció
Dije a mi Padre “hágase tu voluntad”
Y amaneció

La Palabra que lunes a lunes leemos y comentamos en el Seminario, me sostenía.
A mi lado estaba el Emanuel.
Y fui al quirófano confiada en Él y sintiendo el amoroso abrazo de su Santa Madre.

A partir de ese episodio cambió mi vida. Lo cotidiano tiene otra dimensión, Hay en mí un antes y un después a partir de este acontecimiento.
Estoy segura que Dios habita en el corazón de cada uno de nosotros. Y doy testimonio de ello cada vez que la ocasión surge.

Un abrazo fraternal en Cristo
Mirta Biondi


palabradedios-300x199

De a poco fui descubriendo que es lo que Dios quiere de mí, cuál es la misión para la que llamó.
Siempre sentí resonar sus palabras en mi corazón. Pero no sabía que venían desde Él.
Me creía ser persona por mis propios conocimientos y experiencias.
Un día, abriendo la Biblia, encontré entre muchas otras, las palabras
“busca y encontrarás, golpea y se abrirá, pide y se te dará”, que yo repetía sin conocer su origen, como un refrán popular.
Y seguía;
“Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre de ustedes que está en el cielo dará cosas buenas a aquellos que se las pidan! (Mateo 7, 9-11)
Y empecé deleitarme, a conocer, a profundizar, a orar con la Palabra.
Así cada vez más encontré y encuentro el camino, a veces rápidamente, a veces lentamente. Veo la fuerza de la Palabra que nos guía desde siempre, llamándonos aún cuando no somos conscientes de esa voz, esperándonos pacientemente. Cada respuesta nuestra nos abre más posibilidades.
Uno aprende a dar testimonio sencillamente, viviendo en libertad y alegría, y a dar gracias y alabar al Dios Uno y Trino por el amor infinito que tiene por nosotros. Se pueden atravesar los buenos y malos momentos con confianza y entereza. Se pude ayudar a otros compartiendo alegrías y tristezas, haciéndoles descubrir la importancia de saberse amado.

¿Acaso no lo sabes, o no lo has oído?
Yavé es un Dios eterno
que ha creado hasta los extremos del mundo.
No se cansa ni se fatiga y su inteligencia no tiene límites.
El da la fuerza al que está cansado y robustece al que está débil.
Mientras los jóvenes se cansan y se fatigan
y hasta pueden llegar a caerse,
los que en El confían recuperan fuerzas,
y les crecen alas como de águilas.
Correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse. Isaías 40, 28/31

Susana – Septiembre de 2015