¡YA ES HORA DE DESPERTAR!

Por Dolores Aleixandre

Dormidos. Así es como nos sorprende el Adviento sobresaltándonos con la urgencia de su aviso: “¡Ya es hora de despertar del sueño!” (Rom 13,11).

La advertencia nos desconcierta porque solemos ser unos extraños durmientes que ignoran serlo y que viven convencidos de estar despiertos, apegados a una existencia trivial, acomodados a un horizonte plano al que llamamos realismo, propensos a calificar de sueños y utopías a todo lo que lo desborda.

Pero las voces del Adviento son tercas e insistentes, se agolpan a las puertas de nuestra imaginación, se cuelan por las rendijas de nuestra memoria, invaden nuestra costumbre, zarandean nuestra instalación. Se empeñan en convencernos de que no pertenecen a ese mundo que calificamos despectivamente como “sueños” sino que son ellas (sus personajes, sus símbolos, sus imágenes, sus afirmaciones, sus promesas…), la verdadera “realidad”, por asombrosa que pueda parecernos: viene Dios, no está cansado de nosotros, le atrae este campamento algo caótico que es nuestro mundo, se nos acerca con cierta timidez, pide permiso para plantar su tienda junto a las nuestras. Será un vecino fácil, dice. No va a molestarnos, va a estar como uno de tantos, acostumbrándose a nosotros, dándonos tiempo para acostumbrarnos a él.

No gritará ni instalará altavoces. Sólo, quizá, oigamos en la noche el llanto débil de un recién nacido. Demasiado normal para ser divino. Demasiado humano este Dios que ya no truena, ni divide las aguas del mar, ni hace llover maná.

Nos asusta un poco tenerle tan cercano y tan nuestro alcance, pasando junto a nosotros fríos y calores, sudores y trabajos, hombro con hombro a nuestro lado.

Es un sueño, pensamos o, en todo caso, es una realidad anómala y desconcertante de la que es mejor evadirse. Y nos echamos a dormir para soñar nuestros propios sueños

Los profetas del Adviento hablan nos envían “embajadores” encargados de abrir caminos a la gran noticia del Dios que llega y a la llamada apremiante de que nos abramos al misterio de su presencia: un monte al que confluyen todos los pueblos, lanzas que se convierten en podaderas, fieras salvajes amansadas y pastoreadas por un niño, desiertos que florecen… Al final aparecen rostros humanos: Juan Bautista, José, María y los lugares de pequeñez en que empezó todo: Belén, una cueva en la periferia, una aldea perdida de Galilea llamada Nazaret.

Ha irrumpido el tiempo definitivo, la noche en la que sólo a los pastores que estaban en vela les alcanzó la gran noticia y escucharon el nombre del que lo demás no era sino anticipo y sombra. Y, a través de esos personajes, imágenes, noticias y llamadas, se nos ofrecerá la posibilidad de reconocer que ese tiempo es nuestro tiempo, que esos lugares nos pertenecen, que Dios sigue llegando para acampar a nuestro lado y que tiene un nombre humano:

Jesús, Emmanuel, Dios con nosotros.