nos incendia para sentir el Mundo como lo sentía Jesús…
Escrito por Dolores Aleixandre -RSCJ-
Pentecostés nos invita a caer en la cuenta de cómo la acción del Espíritu Santo ha ido creciendo con el tiempo: cuando miramos hacia atrás, nos va siendo más fácil rastrear con agradecimiento sus huellas en nuestra vida y el eco de ese modo suyo de hacernos sentir su presencia que, como sintió Elias en el Horeb, es como «la voz de un silencio tenue» (1Re 19,12).
Pentecostés nos ayuda a entender mejor aquello de San Pablo de que «el Espíritu viene en auxilio de nuestra debilidad» (Rom 8, 26): el más elemental realismo nos va demostrando, no sólo que «no sabemos orar como conviene», sino que ese «no saber» abarca casi todo el resto de los aspectos de nuestra vida. Pero esa constatación que podría apabullarnos, podemos llegar a celebrarla porque nos recuerda que podemos contar con una fuerza que no nos pertenece pero que nos habita y que, a poco que se lo consintamos, se hace cargo de nuestra vida y se encarga de ella bastante mejor de lo que lo haríamos nosotros mismos si nos empeñáramos.
Pentecostés nos sitúa en la órbita del Maestro interior: según va pasando la vida y vamos teniendo experiencias preciosas de amistad, comunicación profunda y acompañamiento espiritual, puede crecernos la convicción de que hay en cada uno de nosotros una zona incomunicable y a la que casi no tenemos acceso ni nosotros mismos, pero que es transparente para el Espíritu que desde ahí enseña, atrae, conduce y mueve. Pero la cosa no va de intimismos porque es una conducción y ya se sabe dónde va a parar: oí contar hace poco que le preguntaron al Abbé Pierre en la TV: ¿Qué es lo más importante para Ud.? y él contestó: Los otros. Esa es la asignatura que enseña siempre el «Maestro interior».
Pentecostés nos incendia para sentir el mundo como lo sentía Jesús, sin permitir que la ausencia prolongada del Señor y el sufrir de tanta gente nos abrumen hasta el punto de apagar nuestra esperanza. Porque en medio de tantas cosas en contra, allí está también el Espíritu a favor nuestro, amigo fiel a nuestro lado para sostener en nosotros ese deseo que nos hace seguir clamando tercamente: «¡Ven Señor Jesús!» (Ap 21,17).