Nuestra vida es un continuo proceso de ciclos o etapas que se abren y se cierran. Nada acontece sin dejarnos una enseñanza, un interrogante, un motivo para agradecer o pedir perdón, una señal de crecimiento o una llamada de atención sobre nuestra propia humanidad. Es oportuno y necesario celebrar el cierre de cada etapa y predisponernos a iniciar una nueva con espíritu renovado. Celebrar es agradecer, internalizar, apropiarse de lo sucedido y redimensionarlo desde un horizonte más amplio de sentido. Finaliza una etapa, pero no la vida; termina un año, pero no la oportunidad de seguir construyendo. Es por eso que la celebración también brinda un espacio para trascender el ayer y el hoy y, así, volcarnos comprometidos en un mañana abierto, desafiante y esperanzador.
La actitud cristiana al finalizar cada año puede resumirse con un ‘GRACIAS, SEÑOR’; y para iniciar un nuevo año, con la oración ‘AQUÍ ESTOY, SEÑOR’.
Agradecidos unos con otros y con Dios, nos postramos ante el Niño Dios, proyecto divino de plenitud humana, y nos comprometemos, unos con otros y con Dios, en seguir construyendo su Reino entre nosotros.
Equipo de Medios
Parroquia Guadalupe